Te conozco
Te sé. Te conozco como uno conoce los recovecos de su propio escondite, sé qué rincón de tu cuerpo me otorga más luz y en cuál de ellos pasar el calor de las tardes de verano; cuál de los milímetros de tu boca, capta mejor la ligereza de mi malhumor y mi cansancio; con cuál de ellos torcerás el labio superior y elevarás una ceja haciendo tu gesto característico. (Sé también que mientras me lees, pasas tu mano lentamente sobre tu pelo, elevandote el tupé, como si amansaras un gato inquieto).
Te intuyo. Sin necesidad que me expliques, sé por qué te refugias en el silencio: las palabras sobran, basta con mirarnos. Las palabras cansan, la luz de la luna se refleja en tu cuerpo, y yo no quiero que existan entre ellas y tú ni un solo ruido, ni un eco que se lleve la paz contenida en la afonía de tu voz.
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