Seamos más auténticos, es siempre mi moraleja.

Pensamos qué hicimos mal, dónde fallamos, qué frase deberíamos haber cambiado de lugar para resultar más atractivos, más amables (en el sentido de más fáciles de amar), qué cualidades buscaban en nosotros que jamás vislumbraron, qué tiene ella que no tenga yo y viceversa. Todas estas reflexiones para llegar a conclusiones vacías o carentes de sentido porque nuestro cerebro, y sobre todo nuestro corazón, primero toma las decisiones y luego trata de explicarlas, sin tener que ser cierta dicha explicación.
“No te rayes, tía”
Cuando alguien te gusta de verdad, primero te gusta y luego te planteas por qué, piensas en sus cualidades, te imaginas su sonrisa, te ríes con ese defectillo que en cualquier otra persona te hubiese resultado molesto. En definitiva, toda la química de tu cuerpo se revoluciona cuando os encontráis y, como no puedes vivir sin saber qué te está pasando, tu cerebro busca la explicación: “no es guapo, pero tiene una cara increíblemente atractiva, esos rasgos marcados, esa sonrisa desordenada pero con personalidad”; “está gordita, pero qué curvas y que carácter tan fuerte y atractivo, qué risa tan contagiosa”. No hay medias tintas, lo malo no es tan malo y lo bueno es lo mejor, sólo sabes que el corazón te va a mil por hora y que no te l@ sacas de la cabeza y que te pasarías horas mirándol@ sin pestañear. Te ha hecho clic.
Sin embargo, también nos pasa algo curioso, algo que llamo la simulación del clic. Conoces a alguien y es realmente estupendo. Le admiras: es inteligente, interesante, te da conversación, compartís gustos, es divertido, te va a acompañar a esa exposición o a ese concierto para el que no encontrabas compañía y además es guapo a rabiar. Eres capaz objetivamente de contemplar todas sus cualidades y te agradan, lo pasas bien a su lado, puedes incluso llegar a pensar en un futuro con él/ella porque no te importaría nada que tus hijos tuvieran sus genes, te encantaría sentirlo todo, pero no lo haces. No te alegra el día recibir un mensaje suyo ni te sientes vulnerable cuando te mira directamente a los ojos, no te acelera el corazón cuando se acerca más de lo normal, tienes primero que pensar en sus virtudes para después convencerte de que te gusta… no te ha hecho clic. OJO, puede llegar a hacer clic en un futuro, en las relaciones personales no hay matemáticas, las cosas cambian, los sentimientos nacen y mueren, hay equilibrios que se truncan, situaciones que nos hacen valorar lo que antes no y es imposible saber por qué o cuándo hacemos clic. Incluso podemos ser muy felices sin clics de por medio, de una forma distinta y más estable que haciendo clic, pero cuando alguien te lo haga, entenderás perfectamente la diferencia y la odiarás y adorarás a ratos.
Yo no lo llamaría amor, el amor está un paso más lejos, es algo realmente profundo e inquebrantable, un vínculo mucho más fuerte, alcanzable mediante clics o no. Estoy hablando a un nivel más superficial, pero que no solo abarca la pasión y la atracción sexual, es también ese interés por conocer, esa inquietud, ese estado de idiotez transitoria, todo bien mezclado en coctelera e inyectado directamente en tus venas. Está fuera de nuestro control, no atiende a virtudes ni cualidades, no se prepara ni espera, es tan lento que puede tardar una vida pero tan rápido que no dura ni un “clic”.
Así que no desesperemos amigos, no nos hundamos en la miseria ni nos torturemos, no eres peor que esa/ese otra/otro, no te mereces estar perdiendo el tiempo agradando ni esculpiéndote para encajar con las medidas de nadie, no malgastes un segundo en preguntarte qué falló, porque cuando el clic llega es siempre sin ser buscado y en él no existen los listones, los prototipos ni tantas sandeces que las pelis hollywoodienses nos meten con calzador.
Seamos más auténticos, es siempre mi moraleja.

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