Tan igual a nosotros
Es dulce, ligeramente vergonzosa y se enfada con mi sentido del humor (a veces es tan fácil hacerle bromas…).
Me llama “idiota”, me avisa de que aún me debe un par de hostias. Me pide que nos escapemos de improvisto y que vaya a verla.
Yo la invito a mi cuarto, no dudo que sonará mejor que cualquiera de mis instrumentos, una canción tocada con aquella vieja guitarra, que alarmará de madrugada a los vecinos entre cantos, risas y algún lamento.
Sé que si viene no habrá poesía, (des)ordenaremos nuestro mundo, nos volveremos (aún menos) cuerdos, pero nunca, nunca, le diré que la quiero y “es que hay orgullos demasiado fuertes como para ceder terreno”.
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