Creo que a veces se me va la pinza, y no sé si es algo de lo que sentirme orgullosa. Tan pronto estoy arriba como beso el suelo. Pero un beso beso, con ansia y sin despegar ni un milímetro los labios. Y es que me encantan los extremos, o eso creo, porque no le veo otra explicación. Que hay momentos -muchos- en los que ni yo misma me entiendo. Aunque tampoco eso me resulta raro, yo misma y yo somos bastante complicadas. No solemos entendernos muy bien, aunque tampoco del todo mal. Sin embargo creo que esa pasión por los límites debe tener algo de bueno. Tal vez, la autenticidad de lo efímero, haciéndolo eterno, aunque sea por un momento.
Si tengo que pedírtelo ya no lo quiero.
No te voy a pedir que me des un beso. Ni que me pidas perdón cuando creo que lo has hecho mal o que te has equivocado. Tampoco voy a pedirte que me abraces cuando más lo necesito, o que me invites a cenar el día de nuestro aniversario. No te voy a pedir que nos vayamos a recorrer mundo, a vivir nuevas experiencias, y mucho menos te voy a pedir que me des la mano cuando estemos en mitad de la ciudad. No te voy a pedir que me digas lo guapa que voy, aunque sea mentira, ni que me escribas nada bonito. No voy a pedirte que aparezcas en la puerta de mi casa con una rosa como tanto me gustaría. Tampoco te voy a pedir que me llames para contarme qué tal te fue la noche, ni que me digas que me echas de menos. No te voy a pedir que me rías las gracias, ni que hagas el tonto conmigo cuando mis ánimos están por los suelos, y por supuesto, no te pediré que me apoyes en mis decisiones. Tampoco te voy a pedir que me escuches cuando tengo mil historias que ...
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