¿Qué haremos con este querer?

A kilómetros de cualquier espejo, existe aquello que no podemos ni ver ni tocar. Solo sentir. Decidir que reducirás el miedo a la mínima expresión. Que no te pondrás la tirita antes de la herida. Que no avanzarás ningún futuro. Llenar tus días de reposo, de dejar de anticiparte al agua helada de un río y canciones que reflejan cada cicatriz en todos los poros de tu piel. No poder dejar de mirar el cielo. Pararte en el paisaje y que se te pare todo adentro: la pena, las prisas, la nostalgia, el deseo cortado por lo sano. Respirar y que pasen cosas, que se muevan las piezas de tu mundo a medida que van encajando las unas con las otras, aunque continúen dejando agujeros vacíos, aunque no prometan cubrirte la espalda por siempre jamás.
Crear la posibilidad. Que cuando crees que el cielo no se abrirá nunca más y que andarás para siempre jamás con el peso de este bochorno que te ahoga las neuronas y te afloja las ganas, aparecen caras conocidas que no sabías que, sensaciones nuevas que no sabías que, y te sientes algo menos en falso, algo más en tierra. Y empieza a aflojarse el nudo y se crea la posibilidad. Y te enamoras a primera vista de aquello que te despierta el sentir. Así, como quien no quiere la cosa. Cómo te enamoraste de ella una tarde cualquiera de invierno. Cómo te enamoras de los lugares donde después no puedes dejar de volver. Masticas las palabras que ya forman parte de ti y el mundo vuelve un poco a su lugar, o al menos a un lugar que no tambalea. Y entonces aparecen ellos, otra vez, todos los caminos posibles.
Escribir o vivir. Vivir, sobre todo. Escribir después. O nunca más. Quizás mientras tanto. Entre la herida y el placer, la parálisis y el estallido. La vida no tiene criterio, y la escritura menos. Tú tampoco tienes criterio. O tienes uno que no parece muy normal. Normal es un programa de la lavadora, te dijeron un día, y te enfadaste. Cuando te enfadas te quema el pecho y te entran ganas de llorar. Ya me dirás tú. Que poco práctico. Tampoco sabes arrojar la rabia en la escritura. Ni el deseo. Debe de ser que el fuego hace humo en el cerebro y te ahoga las ideas. Las palabras sólo te acompañan cuando hay agua de por medio. ¿Y normal, qué es? ¿Aguantar sin llorar mientras el dentista te tortura? ¿Escoger ropa que te haga parecer bonita, descartar para siempre jamás los pantalones que te hacen bolsa, sonreír aunque en realidad necesitas llorar?
Normal debe ser atreverse y que este atrevimiento te llene de vida.

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