Lo confieso,
no me gustan los 14 de febrero,
no me gusta ni su etiqueta
ni su trascendencia.
Yo siempre he sido
de los días normales,
de esos 15 de febrero
en los que ves al amor con resaca,
de esos 17 de enero
entre mantas sin motivo en los que
un clásico del cine
es el mejor de los compañeros,
de esos 20 de abril llenos de vida
con aroma a primavera,
de esos soleados 9 de julio
en los que ahogas las penas
con una cerveza bien fría,
y también de esos lluviosos
23 de octubre.
Siempre he sido más de celebrar cualquier día de la vida,
de querer cualquier día de la vida,
y de regalar cualquier día de la vida.
Lo confieso, me encanta disfrutar
de los inexistentes 30 de febrero,
y sobre todo brindar por la vida,
los 28 de enero
y los 4 de marzo,
llamadme rara,
pero me encanta
llevar la contraria.

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